miércoles, 3 de septiembre de 2014

Se nos está olvidando vivir



Se nos está olvidando vivir

A pesar de que vivimos en la era del jet, el celular, el microondas, los cajeros automáticos, la internet, etc., es decir, rodeados de miles de innovaciones para ahorrar tiempo, pocas son las personas que no andan a la carrera porque no les alcanza el día para nada. 
Parece que estar constantemente de prisa se convirtió en un “modus vivendi”, a tal punto que muchos se sienten culpables cuando se toman unos minutos para descansar aunque estén exhaustos.

¿Qué nos ha llevado a montarnos en esta especie de avión ultrasónico en el que todos viajamos incómodos, pero del que nadie se puede bajar? 
Nos ha llevado el inmediatismo al que nos han acostumbrado las soluciones instantáneas que nos ofrecen la publicidad y las historias del cine o la TV; 
nos ha llevado la creencia de que 
“el tiempo es oro”, 
gracias a la cual cada minuto del día debe ser productivo; nos ha llevado el cultivo del ego
que nos anima a ...
trabajar más para poseer más y aparentar más;

nos ha llevado la idea de que tener mucho equivale a ser más felices, que pregona la cultura consumista y que nos empuja a producir y gastar sin descansar.

Lo cruel es que en esta loca carrera finalmente logramos estirar el tiempo para hacerlo todo, menos vivir
si por vivir entendemos compartir, reír, pasear, conversar, jugar, gozar o soñar.

El impacto que esta forma de vida tiene en la familia es funesto. 
Al andar a la carrera vivimos como 
“volando por instrumentos”.
 Es decir, concentrados en todo lo urgente por hacer, pero desconectados de lo que somos y sentimos. 
Y al no estar conectados con nuestros sentimientos, es imposible establecer sólidos vínculos afectivos con nuestros seres queridos. 
Así, nuestras relaciones familiares se limitan a contactos superficiales, carentes de calidez, que por su trivialidad se desbaratan con cualquier tormenta.

El tiempo no puede seguir siendo nuestro enemigo. Lo necesitamos para formar la familia que soñamos tener. 
Hace falta tiempo para establecer lazos profundos con nuestro cónyuge, porque éstos se tejen en los momentos compartidos sin más propósito que estar juntos; 
tiempo para ganarnos la confianza de nuestros hijos, porque saben que sí estaremos a su lado cuando nos necesiten; 
tiempo para cultivar una buena comunicación, porque estamos allí para que nos cuenten sus pesares cuando desean compartirlos;
 tiempo para formar su conciencia, porque estamos tan presentes que nuestro proceder les muestra qué está bien y qué está mal; 
tiempo para alimentarles una fe sólida, porque pueden ver cómo confiamos en Dios y así ellos también confiar en sus designios.

Vivir la vida a la carrera atropella las relaciones. La impaciencia, producto del afán por ganarle al reloj, impide que tratemos a nuestro cónyuge e hijos con la atención que merecen. 
Hacer muchas cosas alimenta el ego pero deja morir de hambre el corazón.
 Llena la agenda pero destroza la familia.

Si el tiempo es oro
no lo desperdiciemos haciendo muchas cosas para comprar el amor de nuestra familia, el cual obtendremos gratis si dedicamos más tiempo a disfrutar de ella y a ocupar el primer lugar en su corazón.

De -Angela Marulanda-


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