Nadie había llamado jamás vanidosa a la liebre, pero tantos animales le habían dicho que era el mejor de sus amigos, que no se la podía censurar porque se sintiera un poco orgullosa de sí misma.
Una alegre mañana de sol, decidió visitar a algunos de sus doscientos hijos.
Salió temprano y atravesó, dando saltos, los bosques, hasta que, de improviso, le cayó encima una rama y le magulló una de las patas traseras.
La magulladura no era grave y sólo había una razón para que la inquietara. Al día siguiente, la gente del pueblo venía a cazar a los bosques y, para huir de sus sabuesos, ella tendría que mostrarse más despierta y ágil que nunca. Avanzó renqueando algunos pasos y, después de sentarse, se rascó pensativa la oreja. Empezó a sospechar que algo no andaba demasiado bien.
-¿Por qué ha de huir para salvar su vida un ser tan popular como yo, en las condiciones en que me encuentro?
-se preguntó, frunciendo su móvil hociquillo
-Esa idea es sencillamente estúpida. Felizmente, tengo excelentes amigos que me ayudarán gustosos a salir del paso.
Se levantó en el acto y fue renqueando hasta una pradera, donde halló a su buen amigo el caballo.
-Buenos días, hermano caballo -dijo-. Estoy en dificultades. Mañana, como sabes, es el día de la cacería, y con la magulladura que tengo en la pierna me costará librarme de los sabuesos.
¿Me dejarías montar sobre tu lomo?
-Ya sabes que yo accedería gustosamente -dijo el caballo-.
Pero, en realidad, tengo que trabajar durante todo el día para mi amo.
De todos modos, eso no tiene por qué preocupar a una persona tan atrayente como tú. Recibirás ayuda, estoy seguro…
¡Mucha ayuda!
La liebre necesitó largo tiempo para su paseo. La pata le dolía mucho y le alegró encontrarse con el toro. Sin detenerse a tomar aliento, le contó su historia.
-Con tus filosos cuernos -dijo podrías mantener a raya a toda una jauría de sabuesos y, además, ahuyentar a los cazadores.
-Sí, pero… eso me parece difícil ?-respondió el toro-. Por desgracia, he prometido a un amigo que visitaría mañana a su familia.
-Comprendo -dijo rápidamente la liebre-. No pienses más en eso.
-Días pasados, vi a tu amiga la cabra montés -insinuó el toro-. Es probable que le alegre ayudarte.
La liebre necesitó largo tiempo para encontrar a la cabra; pero, finalmente, lo consiguió y le repitió su historia.
-Ya sabes cuáles son los sentimientos que me inspiras -dijo la cabra montés-. Yo haría cualquier cosa por una amiga como tú. Pero me siento tan mal que te sería completamente inútil. No puedo imaginar de qué se trata -y la cabra meneó su peluda cabeza-. Quizá se deba a algo que he comido y me ha sentado mal.
Esa misma tarde, la liebre visitó al asno, a su viejo amigo el buey y hasta a un oso al que había salvado la vida en cierta ocasión. Todos ellos se mostraron ansiosos de ayudarla, pero daba la casualidad de que estaban mucho más atareados que antes.
La liebre volvió a su casa, renqueando penosamente. Al anochecer, reunió a su alrededor a veinte o más de sus hijos. Había descubierto una verdad tan grande y tan amarga. que sentía la necesidad de compartirla con su familia.
-Si queréis saber qué clase de amigos tenéis, pedidles un favor -les dijo-.
¡Entonces, lo sabréis!
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