Hace dos mil años, un milagro sucedió en la antigua tierra de Judea. Es el relato de un marido y su mujer, el cual se convirtió en el relato de una madre y un hijo. No obstante, desde el principio, fue siempre la historia de un Padre y un Hijo.
Belén era un pequeño pueblo, sin embargo, es posible que a José y a su esposa María, no les pareciera así al llegar allí. Esa noche, todo Belén estaba ocupado por los viajeros que habían llegado desde lejos en respuesta del decreto del emperador César Augusto de que todas las personas de su vasto imperio debían empadronarse. Todos sus súbitos debían ir a los pueblos de sus antepasados para ser empadronados.
Es posible que José y María pasaron desapercibidos al entrar al pueblo durante la fría noche. No hicieron una entrada triunfal, sino que eran sólo dos más dentro de una multitud de miles de personas. Claro está que un buen observador se hubiera dado cuenta de que pronto serían tres, ya que María estaba esperando un hijo y por lo que se veía, daría a luz muy pronto.
Durante su viaje, la pareja había recorrido 113 kilómetros desde su hogar en Nazaret. Ese largo viaje les había dado tiempo suficiente para estar a solas con sus pensamientos. Sin duda, ambos tenían mucho en qué pensar, ya que comprendían que el hijo que María iba a tener indudablemente no iba a ser como los demás niños nacidos anteriormente.
Sin embargo, en ese momento, el significado de su increíble secreto había sido puesto a un lado debido a preocupaciones más inmediatas.
EL MESÓN
Cuando José cruzó la puerta del mesón, el abrumado mesonero trataba de controlar las infinitas demandas de sus innumerables huéspedes.
Y en medio de esa conmoción apareció ese hombre exhausto pero insistente, pidiendo algo imposible. El mesonero pensó en rechazarlos diciéndole que cada cuarto tenía el doble y hasta el triple de ocupantes, pero algo en los ojos de José lo detuvo. Sin comprender totalmente por qué, se encontró llevando a ese hombre y a la futura madre a una cavidad de burda roca que servía como establo en el mesón.
Hasta ese momento, para María y José, la noche debía haberles parecido caótica. Pero en realidad, ese momento se había planificado desde antes de la fundación del mundo. Con cada paso incierto que tomaban, María y José cumplían la profecía. Esa noche, el amor infinito de Dios tomó forma y fue tan real que pudieron tomarlo en sus brazos.
EN EL CAMPO
Mientras María y José se preparaban para el alumbramiento de su bebé, un ángel descendió del cielo y llegó también a Belén. Pasó por el abarrotado poblado y siguió hasta llegar a las desiertas y oscuras colinas en las afueras de la ciudad, para dar un sencillo mensaje de amor y esperanza. El ángel habló a los humildes pastores sobre Aquel que sería el pastor de todos y les dijo: “os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Y esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”.
EL PESEBRE
Para cuando el primero de los pastores entró indeciso al establo, María estaba acunando a su bebé recién nacido mientras José los contemplaba con amor. Cierto que ese hijo no le pertenecía, ni a él ni a ningún padre terrenal, sino que ese niño pertenecía a toda la humanidad.
En cuanto a María, el mundo jamás llegará a conocer gran parte de lo que ella sintió esa noche. Ella lo guardó en su corazón, donde las palabras no eran necesarias. Ese niño era Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, pero en ese momento, era muy pequeño y el aire de la noche era frío. Ella era su madre y lo tenía en sus brazos.
EL ORIENTE
Esa misma noche, en una tierra muy lejos de Belén, unos magos observaron una nueva estrella en el cielo. Por alguna razón, ellos comprendieron que significaba que todo en el mundo cambiaría desde ese momento. Juntaron obsequios dignos de un rey y se dirigieron inmediatamente a Jerusalén.
EL PRIMER REGALO
Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.
En muchas ocasiones, se refiere a lo que los magos llevaron a Jesús, como los primeros regalos de Navidad. Sin embargo, el primer regalo de Navidad se dio antes de que ellos comenzaran su viaje.
¿Puede, un regalo que un amoroso Padre Celestial dio más de dos mil años atrás, seguir teniendo importancia aún hoy?
La respuesta es un rotundo sí Todo lo que Jesucristo hizo fue para que todos los hijos de Dios tuviesen un futuro mejor. En virtud de ese primer regalo, la redención es una realidad y la muerte no es el fin de la existencia.
La tristeza es temporal mientras que el amor es eterno.
La mancha del pecado se puede reemplazar por un perdón perfecto. A medida que aceptamos Sus enseñanzas y seguimos el ejemplo de Su vida perfecta, nos asemejamos más a Él y experimentamos paz y gozo verdaderos.
En esta época de Navidad, recordemos que Él es el regalo.
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